viernes

y bailo...



Bailé muchos años. Desde pequeña y todo tipo de bailes. 12 años de ballet y otros de baile folclórico, moderno, jazz... 
En los últimos años -y con tanta ocupación- había dejado de bailar a pesar de que es vida para mi cuerpo. Como el agua y como el aire: absolutamente necesario. 

Me reduje a "bailar" en casa, con mis hijas, sola y hasta con mi compañera de tareas, pero nunca más en un escenario; nunca más en un cuerpo de baile. 

Hace casi un año intenté volver al ballet pero, aunque mi mente sabía dónde tenía que estar cada músculo de mi cuerpo, éste no respondía a mis órdenes. 

Mi masa muscular (cada vez más masa y menos muscular), rodaba sin ton ni son, ignorando por completo las instrucciones de mi profesora (una señora de unos 60 años: ligera, ágil, hermosa y delicada) y haciendo de todo, menos ballet. Más bien haciendo el ridículo. 

Pero mis compañeras aplaudían mis esfuerzos... y yo me sentía como un ganso dando saltos, o mejor aún: como las hipopótamas de la película Fantansía. Lo dejé. 



Un día conocí a unas chicas que buscaban información sobre maternidad. Escuché su dulce acento y lo reconocí enseguida. Casualmente, ellas bailaban. 

Bailaban bailes de mi querida Bolivia; jamás había bailado bailes como estos, pero mi ilusión pudo más y no pude resistir la tentación de ofrecerme a bailar. 

Y ahora bailo. He participado en dos entradas y una pequeña muestra en escenario. Bailo otra vez. 
Bailar en la calle tiene además un sentido más profundo. Enseñar parte de mi cultura boliviana en las calles madrileñas que adoro es un regalo. Tengo dos pedazos de alma en un solo momento.

Suena la música. Suenan los pitos. Gritan los guías.... 
Lo que significa para mí, nadie más que yo lo conoce. Mi corazón se acelera y mi sangre vibra. La emoción no me cabe en el cuerpo y apenas comienzo a bailar, siento que no podré con el recorrido ... Los cinco primeros minutos son eternos: Me duele el cuerpo y siento que el aire no me es suficiente, que tendré que dejarlo enseguida. 

Y el sonido de mi tierra me invade. Veo a la gente aplaudir; nos aplauden, nos vitorean, la música sigue y en mi corazón la felicidad no cabe. Y entonces, como por arte de magia, me crecen alas en los pies. Siento la música en el alma, sonrío -no puedo parar de sonreir- y bailo. 

Es un momento en el que siento que no se puede ser más feliz....